San Isidro, Buenos Aires | |

 

 

 

 

 

 

     
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Sin control
   
La muerte de Maradona expuso, una vez más, el descontrol, esto es la ausencia de dominio, de equilibrio, de decisiones sabias, que se vive en la Argentina.

Dejando de lado el fanatismo por quien había sido un deportista de excepción dentro del campo de juego, en cuyo honor cabía hacerle un homenaje final de proporciones, el intento de apropiarse del centro de la escena puso al Poder Ejecutivo una vez más en el podio de los que no saben manejar las situaciones que enfrentan.

Es comprensible la indignación de quienes no pudieron acercarse a acompañar a un familiar en un hospital, que no pudieron velarlo, ni ir al cementerio, que no pudieron ir a una iglesia a rezar, que los privaron de enviar a sus hijos al colegio, porque era preciso evitar contagios, porque "una vida que se pierde no se recupera".

Pero en el afán de aparecer como el organizador y dueño del velorio del ídolo, el Gobierno Nacional permitió que miles de personas, muchísimas sin el omnipresente tapabocas, apretujadas, con niños, a los gritos, hicieran fila y pasaran velozmente frente a un féretro cubierto de camisetas de fútbol, en un espectáculo alejado del recogimiento y el respeto que merece un sepelio.

No hay certeza sobre si este episodio "organizado" por Alberto Fernández y su gabinete desencadenará casos de Covid-19, pero podría ocurrir. Difícil saber si, además, una parte de esos contagios desencadenarán muertos. Si así fuera, esos muertos le pertenecen al gobierno nacional, serán SU responsabilidad.

Del mismo modo, las multitudinarias caravanas, marchas y manifestaciones en defensa de la vida que cubrirán toda la Argentina este sábado 28 de Noviembre, también podrían ocasionar contagios del SARS-Cov2 y que algunos concluyan en fallecimientos. Esos eventuales muertos TAMBIÉN SERÁN RESPONSABILIDAD de Alberto Fernández, de Vilma Ibarra y el gabinete mayoritariamente abortista que lo acompaña.

Como se lo dije al abortista Sergio Massa en la reunión de la que participé en la Cámara de Diputados, la ciudadanía saldrá a la calle a expresar su repudio a cualquier proyecto que busque legitimar la eliminación de argentinos antes de nacer. Y que sí entre esas multitudes hay luego contagios y muerte, el movimiento provida, la Ola Celeste, NO SE HARÁ CARGO.

Nadie saldría a manifestar, nadie gastaría esfuerzos en tomar medios de transporte, organizarse en autos o micros, pintar carteles por la vida, si este gobierno que se empecina en FRACASAR y TRAICIONAR a las instituciones, a su historia y sus valores, no buscara hacerle la guerra al más indefenso de los argentinos, a sus madres, a sus abuelos, a los trabajadores y a todo aquel que no piense como él.

Todos sabemos, porque hemos sido testigos, que la clase política no suele hacerse cargo de sus errores y SIEMPRE acusa a las circunstancias globales, a la oposición (si la hubiera), a los "desestabilizadores", a las catástrofes meteorológicas o a cualquier otro factor, cuanto más inasible, misterioso e imprevisto mejor.

MARADONA Y EL DESCONTROL

El ídolo deportivo que estuvo en boca de todos desde que era un niño, fue un monumento al descontrol en todo sentido.

Nació en hogar humilde, "superpoblado", "sin control" y, si hubieran existido los protocolos que desde 5 años promueve el Estado, tal vez no habría nacido y sólo el barrio y su familia sabrían quién era Doña Tota.

Desde que tuvo una pelota en los pies, Diego Maradona fue un descontrol total. Hizo con ella lo que quiso y muchos supieron tempranamente que era fuera de lo común. No hay casos como el de él, al que los adultos iban a ver desde lejos acrecentando día a día sus asombrados seguidores.

Hubo descontrol en la prensa que fuera de las inocentes preguntas de cuando era adolescente pasó a consultarlo sobre la realidad política y cualquier otro tema, habilitándolo como opinador de actualidad.

Descontrol hubo en Diego Maradona en sus logros en la cancha, en sus goles, en sus gambetas, en sus ocasionales contrincantes, en las hinchadas del mundo.

No hubo control en el entorno, en los amigos del campeón, los que vivieron a costa de él, los que lo malaconsejaron, los que le facilitaron los errores, los que, en el fondo, no deseaban su bien.

En su descontrol, en el mismo partido donde hizo el mejor gol del mundo, se animó a hacer trampa con la mano para superar al arquero inglés. Y no se guardó de decir tiempo después que así había hecho goles muchas veces.

Fueron descontrol las orgías, el consumo de drogas, de habanos, de alcohol, que golpearon sin medida un cuerpo de resistencia casi infinita.

Sin dudas fueron un descontrol sus apoyos a causas ideológicas totalitarias que no perdieron la ocasión de utilizarlo. Regímenes encabezados por odiadores seriales, acosadores de su propio pueblo, con los que el ídolo deportivo, en su recortada comprensión de la política, se entremezcló, se tatuó y también facturó.

Maradona, por el lugar que se ganó con su especial talento futbolístico, abrió las puertas más insólitas, satisfizo todos los gustos y caprichos de un millonario, sin abandonar totalmente la forma de ser que se le conoció en la juventud, su repentismo (a pesar de los efectos de drogas y alcohol), su natural afinación para cantar o su vida adictiva.

Fue "adicto" a todo. Jugó entregando todo, sin poner límites al esfuerzo, corrió superando a hombres más altos y con cuerpos mejor dotados, entrenó como el mejor cuando debió hacerlo, se drogó como nadie, cuando fumaba habanos superaba a cualquier cubano, cuando descubrió el golf jugaba todo el día (incluso de noche), cuando se puso a comer no tuvo límites, cuando debió entrenar para adelgazar lo hizo como ninguno, cuando tomaba alcohol no tenía fondo, etc. Su vida fue un descontrol, tanto en lo bueno como en lo malo.

Y cuando murió, sólo, en la cama, con apenas 60 años, ansiando volver a los orígenes, a sus afectos más cercanos, cansado de "ser Maradona", el descontrol se apoderó de muchos de sus seguidores y los llevó a pronunciar frases ridículas como "se murió el fútbol", "se murió Dios", "la peor noticia del año" o que "las únicas alegrías vividas" fueron las que le ocasionó Diego dentro de una cancha.

Pero, para concluir, es verdadera una de las frases repetidas desde el miércoles 25. Aquella que dice que los ídolos populares nunca mueren.

Mueren las personas, falibles, reales, limitadas, finitas. Los ídolos, como Maradona, como son construcciones idealizadas y, por eso mismo, privadas de los aspectos más oscuros, potenciadas por un imprescindible romanticismo, y a las que se les perdona casi todo, no mueren.


-> Alberto Mora

 
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