San Isidro, Buenos Aires | |

 

 

 

 

 

 

     
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  .: FAMILIA

 
Están mirando, están aprendiendo
   
Muchos creen que a los niños "salen" de una manera. Y que aún siendo parte de la misma familia pueden resultar completamente distintos a su entorno primario y natural.

Es claro que todos somos distintos y que contamos con una impronta que parece venir en los genes.

Pero es sabido también que lo que vive un niño desde que es concebido influye en él. No es lo mismo un embarazo relajado, sin mayores tensiones, con descanso y sin episodios estresantes, que otro embarazo vivido con enojos, situaciones traumáticas y angustias.

A ese comienzo habrá que sumarle que se llega a un hogar donde se puede ser el primero de los hijos, el primero de los nietos, o el tercero o el cuarto de los nacidos, que se puede nacer en una familia con ausencias notorias (sin padre presente) o en medio de una "parentela" llena de tíos y primos.

La misma mamá, el mismo papá, pero un escenario distinto condiciona, acomoda, referencia para crecer de otro modo.

Vendrán luego las otras influencias. El barrio, el entorno fuera de la casa, la escuela.

En todas estas circunstancias, los niños están observando, escuchando, aprendiendo.

Desde muy chiquitos irán incorporando aprendizajes de sus padres, hermanos, abuelos y tíos. Cada uno le mostrará (sobre todo sin querer hacerlo), cómo comportarse, cómo hablar, cómo reaccionar, cómo jugar, de qué reírse y muchísimo más.

A la impronta natural que traiga el niño se le sumarán enseñanzas que moldearán su temperamento. Lo harán un buen compañero, solidario, desinteresado, aplicado, interesado en aprender, respetuoso de las reglas de juego. O todo lo contrario, algo oportunista, un poco vago, transgresor o irreverente.

Cada vez que ese niño vio a su padre o a su abuelo transgredir una regla de tránsito con alguna débil justificación, fue incorporando que las normas pueden acomodarse a la propia conveniencia.

Cada vez que no fue escuchado con atención cuando quiso decir su punto de vista (aunque no tuviera mucho sentido por su natural inmadurez), aprendió a no respetar al otro, a no dialogar, a no esperar.

Cuando le dijeron "no porque no", le robaron la ocasión de aprender a buscar razones, a explicar sus motivaciones, a entender las reglas de la sociedad.

Cada vez que le prometieron un castigo si cometía una falta y no se lo cumplieron, incorporó que es posible infligir una ley y zafar de las consecuencias.

Cuando se le antojó, como a cualquier niño, comer una golosina en un momento inoportuno y se la dieron, aprendió que a los deseos hay que satisfacerlos cuando se presentan y que lo importante es el momento, sin entender los riesgos ni las consecuencias.

Cuando vieron a los adultos sostener con firmeza algo en privado y negarlo u ocultarlo en público, aprendieron que es posible tener valores buenos, pero no esforzarse por defenderlos o contagiarlos al mundo.

Cada vez que vieron cómo todos se reían del obeso, de la caída, o festejaban la trampa, la transgresión, la ventaja mal habida, aprendieron a segregar o fueron invitados a ganar a cualquier precio.

Cuando le aconsejaron -con la mejor intención- que se ocupe de sus cosas, que no se meta en lo que hacen los otros, que lo importante es "no hacerle mal a nadie", lo invitaron a pensar en sí mismo, a no actuar frente al error en sociedad, a no hacer el bien.

Cada vez que escuchó decir que este país no tiene arreglo, que la política es sucia por naturaleza, que alguien "la hizo bien" cuando ganó dinero o posición con poco esfuerzo o con malas artes, aprendió que no vale trabajar por la Patria, que el compromiso con lo público no sirve y que lo que importan son los bienes materiales.

Por el contrario, si un niño ve gestos solidarios sostenidos, si observa a los adultos discutir apasionadamente pero con razones y respeto, si en su casa se eligen alimentos sanos y no hay excesos, si la música y la cultura argentina forma parte de lo cotidiano, si escucha que los adultos rechazan el acomodo, la coima y la trampa, si ve a sus mayores trabajar y estudiar para superarse, si experimenta abrazos e interés genuinos, mucho se estará haciendo por un joven y un adulto con valores dispuesto al esfuerzo, al respeto y a la honestidad.

No es magia, ni es fácil. Pero si el vaso se llena de cosas buenas, no habrá lugar para lo malo. Es una lógica simple que ha dado resultado durante generaciones. Donde hay familia, reglas claras, castigos y premios oportunos, y buenos ejemplos, hay buenos frutos.

La Argentina necesita recuperar muchas cosas perdidas y visibilizar muchas cosas ocultas. Y eso no lo hace ni el Estado ni los medios de comunicación (más bien todo lo contrario).

Son las personas comunes, que aún conservan valores y buenas intenciones, las que gobiernan puertas adentro de sus casas, para que puertas afuera algo mejor suceda.

 
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