San Isidro, Buenos Aires | |

 

 

 

 

 

 

     
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Mea culpa
   
Avanzar, girar y estacionar sin anticipar la maniobra, rozar caminando a alguien y no disculparse ni darse vuelta, no saludar al ingresar a un comercio o al acercarse a un mostrador, no agradecer un servicio o atención, no ceder el paso o el lugar a alguien que lo necesita, no respetar semáforos, sendas, rampas, etc., interrumpir a quien habla, arrojar basura en la vía pública, son sólo algunas de las acciones que vemos y sufrimos a diario.

Y no son algo que podamos adjudicarle al gobierno, a la inflación, al sueldo que no nos pagan, o al poder de turno. Son malas acciones que están instaladas en lo cotidiano de las personas, que en algunos casos no conllevan mala intención, pero sí falta de atención y se traducen en una peor calidad de vida, más insegura, con menos disfrute, por decirlo de algún modo.

Tenemos el vicio de achacarle al Estado la responsabilidad de lo que nos sucede, pero dejamos de considerar que muchas de las cosas que nos ensombrecen el día no tienen que ver con eso.

Madres y padres que estacionan en doble fila o en sectores prohibidos para dejar o retirar a sus hijos del colegio. Tal vez sean buenos con sus hijos, tal vez les digan y aconsejen lo correcto, tal vez los reten por no hacer lo que corresponde con sus hermanos o compañeros.

Pero los hijos, como se sabe, aprenden más de lo que ven que de lo que escuchan. Y si entre lo que escuchan y lo que ven no coincide más aún interiorizarán lo que hacen sus mayores.

La forma en que cada familia se comporta será, casi seguro, el modo en que los hijos se relacionarán con el mundo más allá. Serán respetuosos si vieron respeto de los padres hacia ellos y hacia otros. Serán generosos si fueron tratados con generosidad. Serán solidarios si escucharon y vieron actitudes comprensivas y solidarias. Tendrán una visión tolerante si los rodeó un ejemplo vivo de tolerancia. Creerán en que el mundo puede cambiar para mejor con su intervención si no les inundaron el corazoncito de resentimientos y decepciones adultas.

Todo esto no es una receta infalible. Conocemos casos en los que los hijos superan entornos adversos y son personas esforzadas, generosas, dedicadas y solidarias. Pero entre esperar un milagro y favorecer un mundo de virtudes y plenitud, será mejor lo segundo.

Nadie maneja un auto de un modo distinto de lo que se comporta caminando. Nadie “se transforma” en una persona distinta. Si se es respetuoso de las normas de a pie y en el trabajo, en el estudio, con las instituciones y personas, se lo será frente a un volante.

La vieja consideración de que la ciudad es una selva de cemento y que sólo es posible sobrevivir adoptando el comportamiento de un combatiente que arremete a sangre y fuego por su victoria, es indiscutiblemente un error.

El mundo –el pequeño mundo de la vida diaria- puede cambiar si cada uno se dedica a cerrar la boca un poco más cuando lo que va a decir no va a mejorar las cosas, cuando la abre si eso puede ocurrir, cuando se para uno con elegancia y deja pasar a otro que tal vez esté más necesitado (aunque se tenga derecho), cuando se deja de considerar al otro un enemigo que se quiere quedar con lo propio siempre, cuando se toma aire profundo y se evita un exabrupto, cuando se elige libremente el gesto más amable antes que la actitud de ogro enfurecido.

Del mismo modo que no se puede esperar que alguien desde el Estado resuelva todos nuestros problemas sin nuestra participación (se viven tiempos complejos con mucha demanda y poco interés en el compromiso real con la cosa pública), que el país no podrá recuperar el gran lugar que ocupó en el concierto de las naciones hace ya demasiados años, si no volvemos a los palotes: la honestidad, el trabajo, el estudio, la diversión sana, la familia, proyectos nobles, el bien común.

Vivir en comunidad, lo que hacemos la mayoría de los mortales, requiere esfuerzos. No todos lo hacen o al menos no del mismo modo. Pero eso no da derechos. Y, en ocasiones, la búsqueda de un objetivo más alto obliga a asumir responsabilidades que no nos competen. Generalmente vale la pena.

La vida no es sencilla, lo sabemos, pero empezar a simplificarla, mejorarla, hacerla mejor, no es tarea sólo del Estado, de las empresas o de otro. Nos toca una parte en la solución y asumirla no es una carga, sino algo bastante parecido a una alegría.


-> Alberto Mora

 
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