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El noviazgo y la fidelidad
   
[2005] - Probablemente sorprenda un poco este titulo, siendo así que una característica del noviazgo es la posibilidad de cambio, la opción a rectificar una elección no acertada, por el procedimiento de romper las relaciones, aunque a veces ese sistema no sea sencillo ni llevadero.

Tampoco se me escapa que el simple hecho de enunciar la palabra noviazgo, implica actualmente una toma de posición bien concreta, precisamente porque hay quien se resiste incluso a dar status propio al noviazgo mismo. Pero esta es precisamente otra razón para aclarar este punto bien a fondo.

Si lo que se rechaza del noviazgo es un conjunto de convencionalismos sociales pasados de moda, no habría nada que objetar, aunque sería oportuno examinar con cierto detenimiento lo que se entiende por convencionalismos. Me explico perfectamente la resistencia intima que algunos chicos pueden sentir a reconocerse en la palabra novios, por la carga formalista con que a sus ojos aparece ese nombre.

Pero no es sensato pretender abolir lo que constituye la esencia del noviazgo, se le llame como se quiera la situación, la actitud interior, la conducta mutua -y en relación a terceros- de un hombre y una mujer, en el tiempo que precede a su posible matrimonio y con vistas precisamente a ese matrimonio.

En este sentido, es evidente que no puede designarse con la palabra noviazgo cualquier enamoramiento adolescente o adulto, aunque revista ciertas características de estabilidad y exclusividad. Y por los mismos motivos, lo que se dirá a continuación no está dirigido al simple trato entre un chico y una chica, si bien pueda también aplicársele en algunos aspectos.

Fundamentalmente, el noviazgo implica una intencionalidad hacia el futuro, que -por el sentido de responsabilidad que debe llevar implícito, por el compromiso más o menos expreso que encierra, y, por sus otros caracteres específicos- supera y trasciende la simple relación entre el chico y chica.


Compromiso

Estamos hablando de intencionalidad hacia el futuro, y no en vano interesa resaltar precisamente el aspecto de fidelidad a un compromiso -sujeción libre a unos deberes- que se encierra en esa voluntaria atadura. Quizá por este hecho, tenga hoy tan pocas simpatías el noviazgo serio: pero advirtamos que quien vea el deber como una falta de libertad, quien no sepa renunciar a determinadas posibilidades por amor, quien -no quiera que nada ni nadie le coarte, quien no se decida a aceptar ese necesario condicionamiento, se descalifica automáticamente incluso para el matrimonio, que implica la definitividad del compromiso provisional y primerizo del noviazgo.

Entiéndase que no hablo necesariamente de un compromiso jurídico o formal, como es el de los antiguos esponsales o el de a llamada petición de mano. Me estoy refiriendo a un compromiso intimo, quizás sin ninguna manifestación explicita, pero no por eso carente de fuerza. Es un compromiso-tendencia o, si se prefiere, una disponibilidad al compromiso comprometiéndose. Es una actitud compleja, porque ha de conciliar la definitividad con la prueba; la exclusividad en acto, con la apertura hacia otras posibilidades; la isla con la península; la provisionalidad, con la voluntariedad de una estabilidad probable, deseada y futura.

Se trata, en fin, de conseguir un equilibrio que difícilmente puede existir, o aun concebirse, si falta amor y sentido de responsabilidad. Por eso es tan importante, aunque sea balbuciente. Limitarse a pasar el tiempo, no terminar nunca de decidirse, entender el noviazgo como un modo de entretenerse los domingos por la tarde, o echarse a ciegas y sin reflexión en el río de la primera posibilidad de matrimonio que se presenta, son otros tantos modos de equivocar el camino hacia la vida conyugal, con riesgo de arruinar toda la vida futura, también la eterna.

Por eso en este punto pueden hacerse residir bastantes catástrofes matrimoniales, a pesar de que hayan logrado posponerse algún tiempo, escondidas detrás de la festiva apariencia de las bodas o de la brillante facilidad de los primeros momentos: fallan, porque se han casado dos inmaduros, aunque a veces basta que sea inmaduro uno solo. No han crecido por dentro. No se han conocido. No se han entregado verdaderamente el uno al otro, aunque incluso puedan haber ofendido al Señor con intimidades ilícitas no es esa la entrega verdadera.


Estabilidad

"El matrimonio no es efecto de la casualidad o producto de la evolución de fuerzas naturales inconscientes" (Humanae vitae, número 8), ni en el plano que pudiéramos llamar filogenético ni en el plano ontogenético es decir, ni en cuanto al matrimonio como institución y al hombre como especie, ni en lo que atañe a este o a aquel matrimonio en concreto y a sus protagonistas.

El amor conyugal "es un amor fiel y exclusivo hasta la muerte. Así lo conciben el esposo y la esposa el día en que asumen libremente y con plena conciencia el empeño del vinculo matrimonial" (Ibidem, n. 9), pero para llegar a esa madurez, se ha de aprender antes la lección en la escuela del noviazgo. Si en esos años previos se cultiva egoístamente una alergia a todo lo que signifique estabilidad, fidelidad a un compromiso, lazo noble, cierre de otras posibilidades porque se va abriendo lo gran puerto del amor humano limpio, entonces no será fácil secundar la gracia sacramental para vivir hasta la muerte lo fidelidad conyugal.

Concedamos que el noviazgo reúne un determinado número de características que lo definen e identifican. Tengo derecho o pensar que un chico y una chica son novios si veo que encarnan todas, o la mayoría, o bastantes de esos caracteres distintivos. Lo mismo que tengo derecho a no admitir que sean novios, si carecen de alguna señal que sea fundamental, por ejemplo, la edad: nadie toma en serio los noviazgos entre chicos de ocho años.

Si hay quien rechaza el noviazgo -hasta el mismo nombre, decíamos-, por lo que tiene de estabilidad o de institución exigente de nuevas responsabilidades (arcaísmos decimonónicos y tópicos aparte), rechaza una joya. Dan tanta pena esas parejas de jóvenes vagabundos, a veces desarrapados y sucios, que salpican aeropuertos y rutas de medio mundo. No son novios, ni probablemente quieren serlo, son amantes en el sentido más pobre de la palabra, compañeros de quita y pon, enamorados mientras dura, pobrecillos que dan y toman todo lo que pueden, sin la luz de una norma moral.

Pero son también el paradigma de muchos otros chicos, que sin su aparatosidad de trashumantes, tampoco quieren o saben que la felicidad del amor humano exige fidelidad, sentido de responsabilidad, aceptación gustosa de las limitaciones que impone el hecho de ser hombres y no animales criaturas de Dios; más todavía hijos de Dios.


-> José Luis Soria

 
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