San Isidro, Buenos Aires | |

 

 

 

 

 

 

     
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A las diferencias no hay que desecharlas
   
Muchas veces hemos escuchado en los últimos tiempos a conductores, presentadores y periodistas referirse al desempeño de personas con limitaciones físicas o intelectuales buscando señalar que la discapacidad "no existe" y preguntándose “qué es normal”.

Vimos hace tiempo a Marcelo Tinelli (vaya ejemplo) tratar de decir que la altura de Noelia Pompa (1,35 mts. según alguien publica) no era relevante. Es relevante, ya que si no fuera por su estatura, tal vez, no sería más que otra joven dispuesta a mostrarse con escasa ropa para lograr un lugar en el "mundo del espectáculo". Bailaba bien hasta donde se recuerda pero, sin dudas, algo influía su escasa altura para que se le preste atención. Como sucede con los “niños prodigio”, cuando dejan de ser niños se nivelan con “lo normal”.  

La diferencia con cierto "standard" humano existe y no es una “imposición cultural”. Las personas adultas de un lugar determinado tienen una altura promedio, tienen dos ojos, dos brazos, dos piernas, hablan, escuchan, razonan. Y si carecen de algo de eso, son distintas, como distintas son -desde el punto de vista de la persona con discapacidad- los sí tienen todo eso. Cada parte del cuerpo tiene una finalidad en el excelso diseño que la naturaleza le dio. Es así, ni bueno, ni malo.

Decir que la diferencia es enriquecedora o que si todos pensáramos lo mismo sería aburrido, son frases hechas sin sentido. No es la diferencia entre uno que camina y otro que no lo puede hacer lo que los enriquece, sino la humana comprensión de la realidad del otro. Y si todos pensáramos lo mismo sobre que está mal matar a un bebé que nacerá con Síndrome de Down (como ocurre en España) la sociedad sería mejor.

Lo concreto es que las personas NO deben dejar de considerar, respetar, apoyar y estimular a quienes tienen limitaciones físicas o intelectuales. Como tampoco no deben dejar de hacerlo con el resto.

Y si hay que hacer un esfuerzo para que puedan esas personas puedan avanzar, aprender, desempeñarse, hacer deportes, bailar, HAY QUE HACERLO. Y si hace muchos años a las personas con discapacidad se las escondía, estaba mal. Muchas cosas pasaron para que eso no sea hoy, en general, así.

Desgraciadamente, aún hay demasiados lugares con escalones, con pasos angostos, riesgosos para que sean usados por personas con discapacidad. Todavía hay diseño arquitectónico que no contempla a una persona mayor o a una con limitaciones en la movilidad. Todavía hay muchas rampas entorpecidas por vehículos mal estacionados.

Cuando se ve a alguien con imposibilidad para caminar pero que compite en basket, a un ciego que toca la guitarra y canta, o alguien que le falta un miembro y trasciende por algo que hace con el resto del cuerpo está bien aplaudir y estimular, aunque habrá que tratar de encontrar el justo equilibrio, escapando del pensamiento de "pobrecito" y poniéndolo en igualdad con el resto, valorando sus talentos. ¿Cuántas veces vemos publicidades con personas con discapacidad o mayores que requieran ayuda haciendo "cosas normales"?

Es verdad que para quien tiene una discapacidad, todo es más difícil. La sociedad, las instituciones, las personas, aún, no terminan de incluirlos y de entenderlos.

Más de una vez escuchamos a alguien hablar mal de los ciegos o de los sordos y su picardía para sacar ventaja, o de la "viveza" de quien está en silla de ruedas o camina con bastones, diciendo que "se aprovechan" de su problema y "lo usan" para beneficiarse en la calle...

Por supuesto, tales puntos de vista no resisten un análisis serio.

Encontrarse con un individuo que no cuenta con uno de los sentidos, no puede desplazarse o no puede comprender totalmente las palabras es, para algunas personas, una molestia. Mas allá de las leyes, es necesario seguir trabajando para desechar del propio corazón sensaciones como esa.

Cuando la tele nos muestra algún caso de personas con discapacidad que logran notoriedad (el australiano Nick Vujicic sin brazos ni piernas, el tenor Andrea Bocelli, el físico Stephen Hawking, el corredor Pistorius antes de matar a su novia, el cantante Steve Wonder, los escritores Hellen Keller o Jorge Luis Borges) nos llena de satisfacción y estímulo. ¿Quién desecharía el talento y la superación que pudieron demostrar? Pero nos hace pensar en cuántas posibilidades tenemos muchos y que no aprovechamos tanto.

Lo valioso será que, en la sencilla vida cotidiana de cada uno, sin cámaras, sepamos ver y comprender a personas menos “trascendentes” que esas y que, sin que nadie nos lo diga, las valoremos por sus talentos por pequeños que parezcan. Y si nos toca hacer un esfuerzo por esperarlas, por entenderles o por hacernos entender, lo hagamos con gusto

 
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