San Isidro, Buenos Aires | |

 

 

 

 

 

 

     
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La foto, sólo un momento
   
Me gusta la fotografía. Me agrada intentar capturar un momento sin que, en lo posible, el otro lo advierta. Me motiva atrapar "eso" que pasa imaginando que otro podrá sentir que estuvo ahí.

Las fotos antiguas (de la Argentina en especial) me despiertan una gran curiosidad. Pienso en qué habrá sido de las personas que fueron fotografiadas sin saberlo, qué estarían pensando, de dónde vendrían. Una percepción incompleta, eso es la fotografía. Un intento a veces desesperado de adueñarse de un instante de toda la historia. Un acto de soberbia a veces. Un atrevimiento tal vez.

En ocasiones, claro está, una fotografía nos dice mucho. El mundo del periodismo gráfico da cuenta de ello. Cientos de palabras buscarán contar lo que una "simple" foto pone en evidencia. Hechos políticos, sociales y deportivos cuando fueron fotografiados son mensurados de un modo más certero.

Pero fuera de esas tomas especiales, hoy se vive rodeado de actitudes que, en cierto modo, bastardean, vacían este particular arte.

Tener una foto de familia, hace ya unos cuantos años, era un acontecimiento poco común. No todos podían tener una foto propia o de su grupo familiar.

Por otra parte, salir en una foto implicaba prepararse e incluso ir a un lugar en especial y, por supuesto, permitir que un conocedor de la disciplina nos dejara plasmados en una cartulina.

Poco a poco, la fotografía se hizo más accesible, y muchos pudieron tener una pequeña cámara, comprar sus rollos de película y conservar paisajes, personas y situaciones en álbumes, luego de la consabida espera del revelado.

Las cámaras Polaroid buscaron reducir la ansiedad con su impresión instantánea, pero aunque sea simpático recordarlas y haya versiones actualizadas, la calidad siempre fue inferior en más de un sentido.

Con la llegada de las cámaras digitales todo cambió. A pasos rápidos cualquiera llegó a tener una máquina para sacar cientos de fotografías en cualquier ocasión. Incluso hoy las cámaras réflex ya no son tan caras y puede llegar un aficionado con algo de entrenamiento a buenos resultados.

Finalmente, los teléfonos celulares con cámaras incorporadas -primero de calidad relativa y luego de respetables resultados bajo determinadas condiciones-, hicieron que una foto ya no sea nada especial. Porque, digámoslo, cuando todo es especial (y merece una foto),... nada es especial.

Se trata de un proceso no muy largo, incluso empezando en Daguerre y sus coetáneos, para llegar a una doble sensación: por un lado todos quieren tener una foto de todo y por otro cada foto parece haber perdido significación y trascendencia.

Todos somos testigos de cómo hay mucha gente que no vive realmente un momento (un bautismo, un encuentro con amigos, una fiesta familiar) sino que se interesa más en tomar una foto del momento. Es decir, prefiere tratar de congelar un hecho con una imagen muchas veces pobre, que vivirlo con toda su intensidad.

A este fenómeno se le suma la sobreactuación frente a un teléfono buscando la autofoto ("selfies"), algo que se suele dar en especial en chicos y adolescentes. Muchos hacen los mismos gestos como fruncir los labios (un "pucherito"), o ponen cara de mal humor, o abren la boca de un modo desmedido, o sacan la lengua, etc. simulando, "actuando" o exhibiéndose.

Todos dan como válidas estas capturas y hasta se ve cómo funcionarios políticos (sobre todo en campaña), estrellas del espectáculo y hasta el Papa se prestan a esas capturas. Aunque en este caso, posiblemente, haya algo distinto: la alegría o el entusiasmo de estar junto a su admirado se refleja en la foto mostrando una emoción real.

Incluso, sumando más rarezas de estos tiempos, se ve cómo en especial los jóvenes se "congelan" en distintas poses, buscando que la imagen quede sin movimiento y "fabricando" una situación falsamente espontánea.

La posibilidad de que uno no deba pedirle a alguien que le tome una foto, porque el teléfono o la cámara de fotos le permite tomarse una viendo que está enfocado, no hay dudas de que es una facilidad. Lo llamativo es una dedicación casi enfermiza que lleva a algunos a retratar todo y publicarlo cuanto antes, como una necesidad de trascender en el mundo virtual. Algo debe querer decir de la personalidad del que hace eso...

Por supuesto, los que valoramos la fotografía -sea por trabajo o por utilizarla con recursos y fines algo más elevados- sabemos que existen los profesionales, que muchos siguen eligiendo vivir los momentos mientras alguna cámara capture lo espontáneo, y que, a veces, vale la pena posar para eternizar los afectos o las experiencias.


-> Alberto Mora

 
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