Desde hace un tiempo, el vocabulario utilizado en los medios de comunicación muestra con claridad cómo la formación o nivel educativo de periodistas, redactores, locutores y conductores está por debajo de la media que se encontraba hace, digamos, 40 años. No sólo es vulgaridad, sino también escasez cultural.

Los periodistas del mundo de la gráfica de otras décadas eran hombres formados -en muchos casos- en las salas de redacción. No siempre tenían formación universitaria o terciaria, pero sí demostraban un profundo interés cultural y sabían que se les reclamaba apuntar alto en el uso del idioma.

Algunos casos de periodistas forjados entre la tinta y el papel de una redacción más que en aulas y que llegaron a ser verdaderos faros de la profesión, demuestran que la diferencia la establecía la actitud y la inquietud por la superación personal.

En la historia de la radio sucedió lo mismo. Los primeros hombres y mujeres que se ubicaron frente a un micrófono eran cultos, inquietos, pero sobre todo cultos y concientes de que ese medio entraba en los hogares y en la vida diaria de miles. Eso los llevaba a ser respetuosos.

Tal vez -a los oídos y a los ojos de hoy-, las formas de aquellos periodistas gráficos y hombres de la radio (y luego de la tele), puedan parecer algo “almidonados”. Puede ser que el compromiso con el público –amplio, diverso, pero también respetuoso porque así era el mundo- los llevara a estar algo “contenidos” y no se permitían ciertas solturas.

De todos modos, al menos en la radio, existían el humor y las propuestas livianas, pero había siempre un trato respetuoso lo que, para algunos pasos de comedia, constituía un factor que sumaba.

Hoy, las cosas son tristemente diferentes.

Además de la liviandad con la que se abordan algunos temas (aunque correspondería definirla como ignorancia) hoy sintonizar muchas emisoras de las más competitivas significa exponerse a una importante cantidad de insultos y procacidades, en su totalidad innecesarias.

Además, como si eso no bastara, abundan los malos tratos (posiblemente simulados) entre conductores y colaboradores o movileros.

En la tele la situación es la misma. Se pueden definir algunas cosas claramente con términos respetuosos, aunque sean duros, y no es necesario bajar al barro de la vulgaridad para ser entendido.

Por supuesto no sería adecuado mencionar cuáles son las palabras “desechables” del vocabulario periodístico o mediático, pero sabrá el lector identificarlas si se le dice que son burdo sinónimo de “lío”, “tonto”,  “mala calidad”, “desecho”, “borrachera”, “tontería”, “macana”, etc.

Lo curioso, tal vez, no es que jóvenes periodistas, locutores o conductores se expresen de esa forma, sino que lo hagan señores y señoras de larga trayectoria en los medios, posiblemente impulsados por una “ola” e incapaces de evitarla.

Conductores experimentados que sin medir el tamaño del desatino, se olvidan de que hace años muchos les abrieron las puertas de su casa y se despachan como un imprudente amateur.

Otros, en cambio, se mofan de cualquier corrección aduciendo “autenticidad” cuando insertan un insulto cada 20 segundos o eligen insultantes cortinas musicales para sus programas.

Afortunadamente, no es todo igual. Algunos quedan que son incapaces de bajar el nivel de sus expresiones, como probablemente no lo haría nadie en una cena en ámbitos diplomáticos.


-> Alberto Mora