San Isidro, Buenos Aires | |

 

 

 

 

 

 

     
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La ocasión no hace al ladrón
   
Contra lo que dice el refrán y que cualquiera es capaz de repetir sin analizar demasiado, no es cierto al menos en que una situación determinada puede transformar a una persona honesta en deshonesta.

Si la parte del refrán que dice “hace” se refiere a transformación, no estoy de acuerdo. Si eso hiciera referencia a mostrarlo, ponerlo en evidencia, es otro el cantar. Y lo comparto.

Si Ud., lector, se encuentra con un objeto que no le pertenece pero algo le indica que tiene dueño ubicable, lo devolverá. Tal vez lo guarde para preservarlo, pero se ocupará de que vuelva a las manos correctas.

Si un cajero honesto detecta un error en una venta y un comprador dio más de lo que correspondía, se lo hará notar y devolverá el excedente. Si un arqueo de caja muestra un excedente sin dueño, deberá preocuparse porque algo no se está haciendo bien.

Los ejemplos podrán seguir apareciendo, pero sólo apuntan a los hechos que nos angustian por múltiples razones: los saqueos.

Además de la constante de que todos pasamos rápidamente a utilizar un término porque nos lo presentan con insistencia en los medios, los “saqueos” son, sin dudas, delitos, robos o, mejor dicho, asaltos.

Pero, más allá del término, podremos coincidir que quienes protagonizaron estos hechos no se transformaron en ladrones ante la ocasión de un insólito paro de las fuerzas policiales, aunque sin dudas el Estado ha intervenido desde hace muchas décadas para que esto ocurra.

Antes de esto, posiblemente, al “saqueador” ya le fueron negados los límites que imponen la educación en valores, ya se acostumbraron –y no por elección- a aprovechar la oportunidad que se presente para obtener algún beneficio donde no estaba claro si era lícito o ilícito.

Y esto, aunque alguien suponga que está relacionado con la pobreza, no tiene exclusividad.

La pérdida de valores, la búsqueda de ventajas sin límites, aunque no sea tan brutal como el asalto a un supermercado en medio de una revuelta social, la vive la sociedad en su conjunto, en más o en menos.

En aras de trascender, una joven mujer se desnuda sin empacho ante fotógrafos de revistas de actualidad, se pone “de novia” (en realidad “de amante”) cada dos meses con un adinerado diferente y se pelea en todos los impresentables programas de escándalos televisivos.

Con el afán de obtener más rating, un periodista radial o televisivo insulta, usa vulgaridades sin parar, opina sin saber, carraspea, escupe y se rasca con las mismas asperezas de un tosco orangután.

Buscando que nadie lo cuestione por su manera de proceder, un automovilista avanza por la derecha, gira sin aviso, pasa un semáforo en rojo, estaciona indebidamente o supera las velocidades máximas.

Un empleado espera no tener que trabajar mucho, no entrega ni un minuto de más al comercio o empresa, y le parece un plomo su jefe si lo insta a mayor dedicación y esmero.

El dueño de un vehículo elige la planta de verificación que tiene empleados menos preocupados en una buena revisión, para no lo compliquen con cuestionamientos por el estado de luces, neumáticos, etc.

Un militante político llega a un lugar importante en su partido y por fidelidad obtiene un cargo de gobierno para el cual no está preparado, pero no lo rechaza para congraciarse con el líder y pasa a beneficiar directamente a amigos y seguidores, manteniendo una rueda de favores y corrupción.

Volviendo al comienzo, la ocasión no hace al ladrón. El ladrón estaba hecho de antes. Algo, o mucho, le fue dando “permiso” para ejercer en menor medida acciones ilícitas, cuestionables o inadecuadas.

Del mismo modo, un hombre no se transforma en violento hacia su mujer de la noche a la mañana, sino que pudo haber sido educado en un medioambiente donde el trato, el humor, los roles lo “autorizaban”. Pudo haber sido abiertamente violentado o no, pero seguro que la violencia estuvo presente en su crecimiento.

Concluyendo, si un ladrón se va haciendo de poco, desde niño, cuando a través de juegos o vivencias se abrió la puerta a no respetar al otro, a “aprovechar la oportunidad”, a no preocuparse por el otro, a pensar en sí mismo, nada más, también es posible cambiar el futuro –en realidad restaurar la mellada trama social-, observando cómo educamos, cómo nos comportamos al manejar con hijos a bordo, cómo elegimos a nuestros representantes por la profundidad de sus propuestas y no por frases comerciales, cómo nos movemos como comerciantes, como jefes, como empleados, como docentes.

Con sólo ver con cuidado la historia de los últimos 100 años, es posible descubrir que antes de estos, hubo saqueadores que buscaron dejarnos sin Nación, sin valores permanentes, sin familia, sin unión, sin federalismo, sin educación.

Todo el tiempo damos y recibimos mensajes. Nos corresponde darnos cuenta de ello.


-> Alberto Mora
Director de Contenido

 
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