San Isidro, Buenos Aires | |

 

 

 

 

 

 

     
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La siembra y la cosecha
   
Seguramente Aldo Garrido, si bien sabía que estaba presente en las atención de los vecinos, nunca hubiera imaginado la magnitud que asumió su desaparición.

Podría haber fantaseado con el natural dolor por afecto que la gente le dispensa a quien deja este mundo. Podría haber dejado correr los pensamientos hasta cierta clase de reconocimiento... pero, ciertamente, se hubiera quedado corto.

Aldo Garrido (tan sólo Garrido para la mayoría), eligió libremente una manera de vivir: siendo un cabal servidor público. Si no hubiera decidido ser policía a los 30 años -tal vez un poco grande- podría haber sido cualquiera su función pero, como él mismo lo dijo, no importa cuál sea la actividad, si se cumple con vocación, será un acto de servicio. Garrido fue, para quienes lo conocieron, un hombre digno, honesto, respetuoso.

Algunos podrán decir que no se fue, que siempre estará y, al menos en el recuerdo, permanecerá. No estará su presencia física, pero será una grata sensación aquella confianza y tranquilidad que nos dispensó al pasar por las calles de San Isidro.

Los hechos acaecidos, su muerte, el dolor y la indignación de vecinos y comerciantes, el extraño vacío que provocó en muchos hombres y mujeres que lo conocieron desde niños, no hacen otra cosa que rendir el homenaje que espera todo policía. Y no vale aclarar "todo policía honesto", o "todo policía que cumple con su función". Porque si no es honesto, o no cumple con su función, nadie debe ser llamado policía.

Desde el momento en que fue asesinado comenzaron a surgir ideas de homenaje permanente: llamar a la calle Chacabuco con su nombre, colocar una placa, un busto, una estatua de cuerpo completo, etc.

Entre esas ideas, la de cambiar el nombre a una calle me parece personalmente inadecuada, ya que él custodió varias y, con el tiempo, muchos olvidarán quien era, como ocurre con muchas ya existentes (Diego Palma, Maestro Santana, Julián Navarro, Martín y Omar, Francisco Javier Muñiz, etc.).

Creo que el mejor de los homenajes para que su paso por esta tierra, y en especial, por San Isidro, no haya sido en vano es tomarlo como ejemplo y seguirlo en todo lo bueno que uno vio en él o, al menos, supo que tenía.

Tal vez, cuando veamos a alguien que puede necesitar nuestra ayuda en la calle y nos apuremos a colaborar, cuando veamos a un desconocido y lo saludemos respetuosamente y con una voz clara y un gesto abierto, cuando no le pongamos límite horario a nuestra misión en este mundo, cuando busquemos solucionar cualquier conflicto sin aplicar violencia, estemos haciendo que Garrido esté presente.

San Isidro será un lugar sin comparación posible, si luego de enjugar las lágrimas por este hombre, puede salir -como él- mostrando el pecho, de frente, con el pie firme, caminar por la vereda de la decencia, la dignidad y el sentido de comunidad.

Y a la hora de los homenajes, sugerimos una idea: Al pie de estas líneas encontrarán un enlace a un escrito que descubrí por estos días. Parece que hubiera sido escrito en honor de Garrido y, en cierto modo, lo es.

Si ven un hombre o una mujer vestidos de policías y que puedan estar:
  • Ocupando una asiento de un medio de transporte, habiendo personas paradas
  • Enviando mensajes de texto cuando están patrullando
  • Hablando por celular mientras manejan
  • O cometiendo cualquier descortesía o falta, en desmedro de su investidura...

Entrégenle una copia de "Señor de ti mismo". Tal vez sientan vergüenza, tal vez cambien de actitud y sigan el ejemplo del querido Garrido y de todos los hombres y mujeres del país que son un cotidiano ejemplo.

 

Señor de ti mismo

Cuando patrulles la ciudad y sientas,
Que es tu misión sagrada custodiarla;
Cuando veles el sueño de los otros,
Y creas en el apostolado de tu guardia;
Cuando el eco de tus pasos en la noche,
Lleven tranquilidad y den confianza,
Y representes la paz en cada esquina,
Bajo el sereno control de tu mirada,
Cuando el frío y el sol muerdan tu carne,
Sin que se mueva un músculo en tu cara;
Cuando el miedo penetre en tus entrañas;
Y encuentre allí un altar de fe cristiana,
Cuando tengas la humildad de los valientes,
Para ordenar hacer lo que mas cueste,
Y los hombres te sigan por ti mismo
Aunque vayas incluso hacia la muerte;
Cuando impongas respeto y disciplina,
Con tu sola presencia ante quien sea;
Cuando nadie juzgue nunca tu conducta,
Porque no das lugar para que puedan,
Y el código de honor que guíe tus actos,
Marque el norte vital de tu existencia;
Cuando en cada amanecer mires al cielo,
Agradeciendo a Dios poder decir presente,
Cuando la lista de muertos día a día,
Signifiquen para ti deudas pendientes,
Y en llanto de huérfanos y viudas,
Encuentres para luchar un aliciente;
Cuando el surco caliente de una bala,
Rompa el espejo negro del silencio;
Cuando florezca un clavel ensangrentado
En el pecho de tu compañero,
Y elevas al señor una plegaria,
Sin rencor, ni queja, ni lamento;
Cuando debas tirar y tu disparo,
Sea sin odio y a la vez certero;
Cuando aceptes morir solo en una calle,
Teniendo como mortaja el firmamento,
Y aspires a formar junto a los otros,
Que hacen guardias junto a los luceros;
Cuando seas imparcial contigo mismo,
Sin creerte poseedor de las verdades,
Cuando puedas reprimir impulsos propios,
Desechando egoísmo, envidia y vanidades,
Y logres irradiar sin falsas poses,
Esa hombría de bien conque se nace;
Cuando estés penetrado totalmente,
De tu hermosa misión en esta tierra;
Cuando no te encandilen los honores,
Ni el poder se te suba a la cabeza,
Y el dinero no pueda doblegarte,
Ni ponerle precio a tu decencia;
Cuando eso consigas con tu esfuerzo,
Recién entonces habrá llegado el día,
En que puedas gritarle al universo,
Por la gracia de Dios... Soy Policía.

Anónimo
[ Versión en PDF ]


-> Alberto Mora

 
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