San Isidro, Buenos Aires | |

 

 

 

 

 

 

     
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Cifras del escándalo
   
Dos millones de personas, el 20% de la población de la provincia más grande y más codiciada, vive en villas de emergencia. Si fuera sólo una cifra, no podría provocar emoción alguna, ni dolor, ni reacción.

Pero es más que eso. Se trata de vidas, hijos, hermanos, madres. Son personas que, en esas circunstancias de falta de servicios indispensables para la higiene o la dignidad más elemental, transitan la humillación como algo cotidiano. Personas que merecen ser tenidas en cuenta, más allá de un proceso eleccionario, más allá de una marcha de protesta con oscuros fines.

Y como si esa cantidad no fuera suficiente vergüenza para un país productor de alimentos, se nos informa que 400.000 chicos no van a la escuela. Y sabemos, porque no es secreto, que muchos chicos van a la escuela (los mandan) porque allí les dan de comer. Y si no tienen clase (por las múltiples razones que suele haber), se ocupa la escuela de que se lleven una vianda.

Las estadísticas, las cifras, siempre resultan dudosas para el poder cuando no le son favorables. Y puede ser que alguien se ocupe de redondear para arriba los números cuando se pretende mostrar la inoperancia o la ineficacia de los que gobiernan.

Pero las cifras a las que hago referencia fueron mencionadas en San Isidro por el ministro de Seguridad, Dr. Carlos Stornelli, es decir, un funcionario del gobierno de la provincia en cuestión, por lo que las cifras (sólo por dudar un poco) podrían ser más grandes. No obstante, ya son lo suficientemente impactantes como para considerarlas escandalosas.

Alguien imagina qué se siente cuando no se puede alimentar como corresponde a un hijo? ¿Alguien conoce la sensación de impotencia que provoca no poder planificar nada en la vida porque apenas si se atiende el hambre diario? ¿Alguien sabe lo que es querer salir adelante trabajando o estudiando y ser dejado de lado porque se vive en una villa?.

La situación económica mundial y el declive (o el sinceramiento) de la economía nacional son un tema preocupante. Los mercados, la producción, los despidos, los servicios nos plantean un nuevo (otro mas) panorama de esfuerzos y dificultades. Pero hay quienes nunca tuvieron una realidad mucho mejor que la actual, tan sólo oscilaron entre estar mal o peor.

Son hijos o nietos de hombres y mujeres que ya pasaron hambre y necesidad. Son fruto de una Argentina espasmódica que mira por televisión cómo es la realidad, sin enfrentarla cara a cara.

Nos falta el compromiso real (individual y luego colectivo) que nunca llega, nos falta tener objetivos más pequeños pero más sublimes, nos falta entender que nadie se salva en un país con tanta desigualdad, con tantos que esperan el último avance de la tecnología o el recital del famoso cantante, para correr a gastar un dineral, mientras otros aún no saben lo que es tener sábanas limpias, comida que no salga de la basura y un baño auténtico.

Hace muy poco el mismo gobierno provincial gastó una fortuna para que se jugara la Copa Davis en su territorio, por sólo mencionar un ejemplo de dónde se ponen las prioridades. ¿Es que este gobierno de la provincia mas codiciada hace todo mal? Puede ser que no. Pero las urgencias y las prioridades no parecen ser las correctas. Ni hablar de los estratos de gobierno que se ocuparán de gastar en pan dulce para repartir...

Dice, con pasmosa claridad, el Dr. Abel Albino, especialista en desnutrición, que existe una deficiencia mental que se puede evitar: la que provoca el hambre y en los primeros 18 meses de vida. Y que después de ese lapso es necesario acompañar el crecimiento con recursos e sabiduría.

¿Es posible construir una provincia mejor sin salir corriendo a solucionar esto mañana mismo? ¿Es decente poner plazos cuando hoy ya se está llegando tarde? ¿Cuánto tiempo toleraría algún funcionario de alto rango político vivir en las mismas condiciones en las que vive alguno de esos 2.000.000?

Y yendo a una de las consecuencias de la indignidad, de la falta de valores (o del cambio de valores), llegamos a la justicia y al servicio (?) penitenciario. Por un lado la justicia se ocupa muchas veces de interpretar la letra escrita livianamente en perjucio de todos, y por otro, el sistema carcelario (si se puede llamar sistema) es, en la mayoría de los casos, el peor lugar no ya para los detenidos, sino para la sociedad misma, provocando que se potencien los peores aspectos de una persona que, casi inevitablemente, volverá a delinquir.

No es posible pensar en un deseo de felicidad para la comunidad, si no se atienden con urgencia las cosas que son urgentes pagando, si es necesario los costos políticos que haya que pagar.

No es posible, para un funcionario decente, dormir relajado sin haber hecho lo suficiente para cambiar lo que está mal, aunque no sea su gestión la causante.

No es posible una provincia, un país, un municipio para todos, si no se actúa -sin descanso- por un cambio efectivo de senda, sintiendo como intolerable cualquier acción que deje afuera de toda pequeña esperanza a un argentino más.


-> Alberto Mora

 
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